El silencio, un lugar lleno de respuestas, que la mayoría de las personas evitan a toda costa.

¿Será para no mirar hacia adentro? Porque si me miro, si de verdad me observo, eso me obliga a hacer algo. A tomar responsabilidad. Y tal vez, justo eso es lo que no quiero hacer.

Es más cómodo culpar al jefe, al vecino o al entorno. Más fácil quedarse en el papel de víctima que asumir las riendas de la propia vida.
Puede también que no queramos cambiar, que nos hayamos anclado en la queja constante, porque cambiar duele, porque nos saca del control, porque al final… más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Quizás nos aterre bucear en la profundidad de nuestra alma, por miedo a descubrir algo que no nos guste.
Y déjame decirte: lo harás. Descubrirás cosas que no te gusten. Nadie es perfecto, y nosotros no somos la excepción.

Sin embargo, la única manera de salir del enganche de la rueda del karma es mirando de frente esos errores, reconociéndolos y aprendiendo de ellos. Solo así podemos hacer las cosas de manera diferente, sin repetir, sin seguir dormidos en los mismos patrones.

Entiendo que todo depende del momento vital en el que te encuentres. Cuando eres joven, tal vez no te planteas tantas cosas. O sí. Supongo que depende de cada alma, de su ritmo, de su historia.

El silencio es un lugar mágico. En él podemos escuchar los susurros de nuestra alma, recibir guía ante un problema, sentir con claridad lo que realmente llevamos dentro.
Evitar el silencio es negarnos a nosotros mismos. Es cerrar la puerta a la verdad que habita en lo profundo.

Y quizá, cuando por fin dejamos de huir del silencio y nos sentamos a escucharlo, descubrimos que no era vacío lo que temíamos, sino la inmensidad de todo lo que somos. Porque el silencio no está hecho de ausencia, sino de presencia.
De la presencia más pura: la de tu propia alma recordándote que ya tienes todas las respuestas.

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